domingo, 19 de febrero de 2012

Nightmare

Nightmare

De los pecados que se pueden cometer es el ser feliz, así, al pasar los días he sentido mi corazón lleno de furia y quizá de amor equívoco rompiendo las olas de un extraño mar que se asemeja a esa ola que te atrapa en el intento de permitir un leve sonido de aire que entra por el siniestro ímpetu de un día cualquiera que se eleva y se retrae en vano intento por resarcir su divina forma que me contrae en las pupilas de aquel tan esperado y observado que nunca llegó. Fue entonces que comprendí lo inquietante que es sentir el pulso de ese aire que sube y baja por las venas o el estómago cansado de tantos devenires como cuando entraron las bestias a mi casa y me atacaron sin prevenirme de que existe el día y también la noche, la felicidad o el abandono en la quietud del amanecer. Dormí a ciegas para tentar al viento que entraba por las rendijas del cubículo tantas veces denostado, increpado y vulgarizado por aquellos que decían quererme o tenerme en el corazón central que no se detiene ante la sospecha de lo inalcanzable o la cólera de saberme ultrajada en mi habitáculo reservado solo para mí y mis amigos. Esas bestias entraron sin que me diera cuenta por el efecto de sensaciones que giran en torno a mi soledad, la tristeza de saberme quieta y tragada en mi único rincón de desvelo en que he mirado una y otra vez el cielo que se cae en trozos por mis pupilas arremetidas por el vago de la noche y el sentir del amanecer en mis pies que cuelgan ya, de estas palabras titubeadas a penas por la sospecha de que ya no estás y no te importa si aún valgo algo en este tránsito de esperas y justificaciones.
Digo entonces que las bestias no tenían ni caras ni rostros fijos, un gran muro simulaba sus fauces a medio abrir por entre mis párpados temerosos de ver lo que no querían. Cuánta angustia he sentido en este aire, acá , arriba desde mi ventana abierta o cerrada siempre esperando sea la última vez en que esta perra me muerda pero no me suelta ; mi sabor le gusta a solas , por todos lados y cómo aprender a olvidar el sabor de tu saliva en mi boca, y cuán lejos estás desde mi óptica mientras las fieras me devoran después de tus besos que busqué con desespero , rabia o la esperanza de creer que era a mí a la que buscabas en tu delirio pero estas bestias despojaron tu memoria y mi bolsillo que desmembrado por el sonido de una ambulancia que corría febril y yo no sabía que era a mí a la que buscaban para llevarme transparente por las calles sucias de adoquines ennegrecidos de tantos muertos deambulando, mientras en mi cabeza tu risa se repetía como un son de funeral. Sabía que no era nada pero igual insistí en que fuera mío tu abandono en esta porfía de creerme amada, huérfana , parida a medias por una vulgar y siniestra que ató mi ombligo a su vientre queriendo devorarme lenta en esta casa que ya no es casa un montón de ceniza que se esparce en el viento.

¡Y qué tanto revuelo con que me duerma en tu almohada si somos frágiles y diminutos en un mundo que agoniza!
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Sobre mi lecho quedó el resto de las bestias, su sangre derramada sobre mi suelo sin arrojo o intención, así, como tú llegaste cuando lloraba entre calcetines y calzones gastados teniendo tus ojos en mi pupila y no sabía que en el único lugar que me quedaba también sería devorada. Cuántas veces me hice invisible para no ser vista o arrojada pero todo fue inútil, algo en mi puerta rondaba, no me acuerdo en qué estaba pensando cuando abrí y la fatalidad entró por el umbral sin que me diera cuenta, tú eras lo que me importaba y quedé seca como un trozo de pellejo. Fue en ese instante cuando supe que nada era real, ni mi piel o el engendro que había habitado en mi closet por tanto tiempo. Entre la penumbra divisé tu rostro y aún no convengo en olvidarme de tu cabeza sobre mi vientre, aparezco y desaparezco en mi ventana que ya no tiene más que los bordes de tu sombra.
No sé cómo llegué a este lugar que gira y gira hasta enloquecer mis sentidos cansados de tantas luchas fieras en la angustia de la última llamada Tampoco sé en qué minuto el engendro comenzó a devorarme, solo sé que la profecía del día siete en que los planetas se alinearon al yo nacer me redujo sin voluntad y la fiera más tremenda me tuvo entre sus dientes como esta perra que no me suelta mientras me cuelga la carne y arrastro mis ojeras que me dicen que algo no anda bien.
La caricia prometió tanto cuando subiste a mi cama para no olvidarte jamás en esta angustia de imaginar que he dormido realmente y todo no es más que una pesadilla en la que a breves instantes trato de despertar para que las bestias, el engendro y tú no me sigan arrancando los restos de piel que me sostienen.
¿Serán reales o parte de otra pesadilla dentro de este gran sueño que debo dilucidar? Para así, de una vez, salir libre de mi cuerpo de mi casa y de tu nombre que pulsan a más no dar.

Silviana Riqueros

Febrero 2012

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