miércoles, 23 de julio de 2008

5to Piso

Los tacos murmuran
todos se bañan a la misma hora
los llantos de los niños
se pierden en los ascensores.
Todo pasa rápido
el sonido de mi voz
me trae tu cuerpo
tu boca que anhelo a cada instante
pegada en tus ojos
emerges profundo desde mis pechos
entre los murmullos te abrazo
de espaldas al mundo.
Las puertas giran en lerdos sonidos
todo bulle al mediodía,y yo, aquí dentro
esperándote tras la puerta vacía.

martes, 15 de julio de 2008

Planta Baja

Soy un ser irreal, habito en un lugar sin nombres, sin caminos, sin historia. Mi historia comienza ahora, mientras la escribo.
Impenetrable, recorro lugares tan familiares y tan extraños; por eso mi esencia penetra todas las cosas, las bestias me ceden el paso cuando cruzo sus umbrales. Vienen quietas, lamen mis manos, se acarician lentamente, y, lentamente reposan sobre mis pies.
Todo el universo me pertenece; la luna, un espejo, el desierto; la historia y su presente, palabras olvidadas en algún templo.
Paolo me maldice en sus libaciones, lanza mirra y sangre tibia sobre el fuego para apaciguar su furia. Dice que soy yo, quien sedujo a Dante para mandarlo al infierno.
Los hombres han robado mi paz. La palabra se pierde entre las voces de los dolientes, de los inocentes, asesinos implacables que se funden en la imagen virtual de mi espejo.
Giordano Bruno, en su celda pestilente, se alejaba de si mismo y volvía en si mismo. La lluvia, sangre de su dios; el aire, soplo divino; la tierra, madre celestial que convertía lo uno en lo múltiple, lo eterno en lo cambiante. Bruno, entre los barrotes, se alejaba del mundo.
Una fría mañana, después de ocho años, vendaron sus ojos, pusieron su cuerpo sobre la pira. Aún escucho sus gemidos que se esparcen por las sombras del lugar. Una vez más fui el juez omnipotente, dictador de la verdad absoluta. Una boca que no es la mía, dictamina la sentencia.
Pasan los siglos, la deshumanización en silencio, y , yo, atrapado en mi reflejo, me pierdo en el centro infinito que se inventa, que se sostiene desde el instante; perplejo.
Me clasifican en ideologías burdas que son todas iguales; humanas, opuestas, eternas y finitas.
Escribo mi historia porque estoy cansado; estoy convertido en una gran culpa, en una gran justificación, en un gran muerto. Estoy cansado de ser sólo un concepto, estoy cansado de ser Dios.

( del libro El Nuevo Tótem)

Chopin

Un piano lejano en el tiempo, perdido en los ecos de mi memoria. Una melodía que urde en mi mente el recuerdo de un tiempo que volverá a repetirse en otras circunstancias y que seguirá girando en el aire de la tarde.
Hoy recorro esas avenidas que un día existieron, rostros que vi tantas veces y donde aún permanezco secreta. Los diluyo, los recreo como un juego siniestro que me permite pasar estas horas de agonía en esta celda oculta de los hombres.
Mi carcelero me recuerda el rostro de alguien; mitad hombre, mitad bestia, me da agua y pan cuando lo requiero. Los dos nos sabemos dos magos distintos y nos respetamos por eso. A veces le hablo pero no comprende mi lengua caduca, mueve sus labios en vano intento, pero nuestras magias son opuestas y no se deben fusionar pues para que yo exista, debe existir él en su perversidad.
En las noches me visitan panteras que se ocultan en lo negro del cielo. Vienen a mi adornadas sus lomos de flores; yo las abrazo, les doy un poco de mi carne y se van silenciosas, eludiendo a mi carcelero que no las conoce.
Esa tarde al obscurecer mi madre lloraba. Desde mi rincón veía sus lágrimas; caían, solitarias, una tras otra. Las manos de mi padre recorrían, hundían el cuerpo en el abismo insondable de aquella melodía. Una bestia jadeante me contemplaba desde el vértice difuso, invertido de un gran ojo. Cíclope maldito que en su vaho exhumó mi ser.
Los rostros de cada noche no están. Veo sólo uno, me da miedo, es como si lo viera por primera vez, pero se pierde en el aire de la noche.
Escucho el viento entre las ramas y me adormezco pensando…, mis manos húmedas tocan una cosa que llaman flor, tiene dentro de sí toda la belleza del mundo y yo, siento su olor frío como mi celda. Mi carcelero me observa desde lejos, tiene en su pasado el secreto de la salida, mis sueños que duermen en sus manos sucias.
Miro el cielo azul, azul. Mis ojos débiles y extinguidos se vuelven a cerrar lentamente. Un gran pájaro me eleva, percibo el mar que lame la arena una y otra vez; el gran abismo azul que se mueve pausa a pausa me seduce. Quisiera ser parte de él para nacer y morir en completa armonía con el cosmos. Mi pájaro remonta el vuelo, se esfuma. Me ha abandonado, sólo un puñado de nada retienen mis manos que esbozan el calor de aquella playa que me espera para existir
Lentamente mis pasos se acercan al claustro, a la soledad. Otra vez prisionera, secreta en este lugar sin horas, sin dioses, sin hombres; nada más la agonía de la espera.
Se fue un día; me dijo que volvería, aún lo espero. Hoy me he vestido de rosa como aquella tarde, porque sé que vendrá a buscarme. Traerá sus labios cargados de amor para entibiar mi piel, traerá sus manos llenas de caricias para aliviar el dolor de mi espera. Sentiré su pecho caliente, su corazón marcando el paso del deseo, me hará suya como esa tarde en que mi gruta fue invadida por su amor, y yo, entre la melodía infinita, y la tarde infinita, volveré a matar a mi padre, infinitamente en esta armonía injusta que se repite cada vez que veo mi cuerpo reflejado en el espejo.

( del libro El Nuevo Tótem)

viernes, 11 de julio de 2008

A 10 km/hora

Andar en bicicleta, es como si montada sobre el lomo de un dragón, volara por sobre las nubes y me deslizara por un túnel largo, negro, como el túnel que cruzamos cuando vamos de paseo. Mi mamá apaga su cigarrillo, cierra las ventanas para que su niña, que soy yo, no respire ese aire sucio, carburado, denso de motores y sucias bocanadas.La bicicleta me gusta, siento un extraño cosquilleo entre medio de las piernas, una picazón que se agudiza mientras más pedaleo. El viento se rompe en mi cara, la forma perfecta se acomoda en la subida o en la bajada. Mi abuela, el domingo me regaló un pollito. ¿Por qué los pollitos no nadan? se hundía lentamente en el agua. Cuando le quise enseñar a nadar, le amarré dos cordelitos en las piernas, los movía para que él siguiera el ritmo, así como pedaleando, pero todo fue inútil; el pollo tonto no aprendió nunca y se ahogó. Se veía tan rara su carita mojada, era como un ovillo de lana amarilla que hacía ondas y olitas, burbujas que despedían el aire por última vez. No pude hacerle un funeral al pollito, así que lo envolví en un papel y lo tiré a la basura. ahí estaba mi bicicleta esperándome.Al dar vueltas, vueltas, siempre paso por la casa del tío Benjamín. Me gusta el tío Benjamín por que me regala chocolates, me invita a jugar con Norita. Cuando estoy enferma me viene a ver, sabe todo lo que me pasa, si tengo fiebre, si me duele la garganta. Yo lo miro desde mi cama mientras saca su enorme lápiz rojo y anota los venenos que me sanarán. La otra vez me pasó algo muy raro, fui al baño como siempre pero cuando me baje los calzones había una mancha roja. Pensé que Dios me había castigado por no saberle enseñarle al pollito. Recé tres Padrenuestro y un Ave Maria, para terminar arrodillada frente a la grutita que mi mamá tiene en el patio de atrás, pero nada, la mancha no se borró, la sangre siguió saliendo como un hilo d agua tibia. El tío Benjamín me explicó después, que todas las niñitas a una edad se transforman en mujeres y menstrúan, ¿menstrúan?, que palabra rara ésa por un poco de sangre.Mi mamá se alborotó entera, me compró unos pañitos especiales que venían hasta perfumados.Yo no sé por qué los grandes se complican tanto. El tío Benjamín le dijo a mi mamá que no se preocupara, que a los doce años es normal que las niñas se enfermen, ¿enfermen?, de qué, si yo lo único que quería era salir con mi bicicleta, pedalear y pedalear. Claro, ya no sería igual con ese bulto entre medio que me separaba de mi asiento favorito.Cristóbal es un tonto, no quería entrar a la iglesia conmigo; "no estoy bautizado", dijo. de un empujón llegó al lado de la fila. Lo tomé de la mano y juntos recibimos la hostia. Me encanta morder la hostia, es más dulce, no se pega en el paladar, además, así, no tengo que rezar tanto en silencio. Su mamá llegó a acusarme, muy enojada le dijo a mi mamá que yo era una mala junta, que lo había hecho comulgar cuando el niño no se qué sacramento no tenía. Si viera esa señora los dibujos que hace Cristóbal en el colegio; a veces habla de que las mamás y los papás se tocan abajito en la noche.En las tardes cuando estoy aburrida, cuando llueve y no puedo salir en mi bicicleta leo el cuento que más me gusta. La caperucita es muy divertida. Anoche soñé que el lobo me comía, salía de su panza luego como una guagüita. uno debiera nacer así, grande, vestida, no tener que aprender a pedalear sino que brincar y montarse en la bicicleta, perderse en la velocidad, que los pedales vayan más rápidos que los pies.El otro día salí a pasear con mi tío Benjamín. Estaba raro, como nervioso. Yo le pregunté qué le pasaba y me dijo que le dolía algo. Puso mi mano sobre algo duro, largo muy raro. el se quejaba, yo lo quiero tanto a mi tío que le empecé a hacer cariño, pero cada vez se quejaba más. Bajó el cierre de sus pantalones, lo vi: se parecía a un lápiz rojo. Me miró, con un gesto entendí que me sacara la ropa, quedé desnuda pero no sentí frío. Sus pelitos eran blancos, crespos, estaban enredados. Con su mano se tocó, yo me acordé de mi bicicleta, subía y bajaba tan rápido, no sé cómo no se cansaba, hasta que explotó. Salpicó algo medio amarillo, como el pollito, pero éste no se ahogó, así que Dios no me castigaría. Pasamos a buscar a Noria y fuimos a un parque donde vendían algodones grandes, yo me comí dos, quedé toda sucia, pero estaba tan feliz por que a mi tío Benjamín se le había quitado ese dolor.
( del libro Cabina Telefónica )

La Gruta del Duende

Cuento Infantil
La Gruta del Duende ( Inédito)Silviana RiquerosHace muchos años en las montañas de Chile, contaban que en ellas habitaban seres rodeados de una luz blanca. Algunos dicen que éstos vivían en cuevas y dentro de ellas tenían de todo, estantes con libros, bibliotecas antiguas y conocimientos muy importantes para la humanidad.Los seres de luz tenían algo muy particular, en todas partes tenían espejos porque los duendes de los bosques cercanos venían a molestarlos, y a esconderles las cosas o la comida, o simplemente hacían ruidos molestos y les botaban los libros junto al río que nace desde la montaña.Fueron los hombres de la tierra que les advirtieron a los seres de luz que hay criaturas que son parte del reino elemental y que les gusta desarticular la armonía y que son feos, tienen verrugas en las manos y no se lavan nunca y lo peor que les puede ocurrir es verse reflejados porque tal es su fealdad, que no se toleran a sí mismos. Esa historia la contaban los niños de San Pedro, un lugar cerca de las montañas nevadas y los ríos impetuosos que buscan su salida al mar.Los seres de luz y algunos hombres de la tierra tienen libros que son hermosos e importantes porque enseñan de la vida y hablan del amor.Ésos eran el festín más deseado por los duendes, así que los libros tenían espejos en las tapas y los títulos estaban en letras y palabras formadas por rubíes traídos de lejanos países.José era inquieto y siempre andaba corriendo, jugando, cuidando los libros y era feliz; sus ojos siempre brillaban como puntos luminosos en el atardecer, pero su amigo Pablo era agresivo y le pegaba a los demás compañeros en el colegio. Todos le temían a Pablo porque se la pasaba violentando a los demás con patadas y combos.Pablo y José eran vecinos, a veces se juntaban a jugar.En el jardín de uno de ellos vivía un duende bastante pesado que se robaba las galletas o la fruta que quedaba sobre el mesón; lo que realmente ocurría, era que el duende hacía lo mismo que Pablo y por supuesto, siempre estaba solo porque sus amigos duendes estaban aburridos de su constante actitud de agresividad, pelea y no respetaba a los demás.Ése, el duende peleador, era el duende de su conciencia.Pablo se asustó mucho el día en que se encontró con el duende, éste iba justo saliendo de la cocina con una galleta cuando Pablo prendió la luz, ambos gritaron tan fuerte que se les pararon los pelos. ¡Cuál no sería el susto de Pablo cuando ante sus ojos estaba ese ser verde, peludo, lleno de verrugas, con las orejas puntudas y labios prominentes!¡Mamá! –gritó-Había un duende en la cocina y era muy, pero muy feo.-y se puso a llorar.-Los duendes son cosas de cuentos- replicó Rosa- seguramente la sombra del árbol te engañó; pero ¿sabes?, una vez leí en un libro que los duendes se asustan en frente de los espejos y el libro decía que incluso unos hombres sabios que habitan en las montañas del Norte tienen espejos por todas partes.Pablo tenía la solución ahora para espantar al duende violento, y decidió poner un espejo en la cocina y en todos lados por si se encontraban con éste nuevamente.Pasaron días y noches, pero éste no aparecía para caer en la trampa preparada, hasta que una tarde cuando Pablo y José volvían del colegio vieron que algo se movía entre los arbustos; era el duende saboreando un melón. Ambos niños corrieron despavoridos gritando ah!,ah!. El duende que era muy burlón comenzó a reír y se rió tanto, pero tanto, que dejó el melón para más tarde.Yo tengo la solución-dijo Pablo.-Un espejo, necesitamos un espejo-Como el duendecillo estaba tan ensimismado riéndose de los niños, no se percató que éstos venían provistos con el espejo de Rosa, uno mediano, con mango y aumento, además.¡Hola!, gritaron los niños- y el duende quedó estampado en el espejo. -Ah! Ah!, gritaba,-me estoy mirando y qué feo soy.-Salió arrancando tan rápido que no alcanzó a ponerse los zapatos.-¡Qué cosa más fea vi en el espejo!, ¡Qué feo soy! Y mi nombres es Violencia, ah!, ah! Se escuchaban sus gritos a lo lejos.El duende nunca más volvió, ni siquiera a buscar los zapatos y cuentan por ahí, que como testimonio Pablo, José y sus amigos los guardaron en una caja de cristal para recordar que la violencia es tan fea que no se puede ser bello o hermoso si somos agresivos o si golpeamos o nos reímos de los demás.El lugar se llama La Gruta del Duende y si van por ahí, quizá vean a los seres de luz, sus espejos y sus secretos de la vida y el amor, pero no olviden llevar un espejo por si el duende tenía parientes tan pesados y agresivos como él.
FIN

El Nuevo Tótem

Te amo- dijo- y se acercó lentamente, rozó con sus labios mi piel aún húmeda, tocó mis hombros, descendió con la suavidad de una pluma que se estira y encoge en el aire para caer sobre la tierra abierta, sólo para ella.Era en el bar, acondicionado en el subterráneo de un edificio, que pasaba mis noches. Sus luces y su ambiente me atraían como un vértice integrador de diferentes corrientes ocultas, poseídas por las venas de una gran masa amorfa. Siempre la misma gente, las mismas caras expectantes, los mismos cuerpos adornados con talismanes seductores para atrapar en el rito, una palabra, muchas veces, una pesadilla.Entraban por el laberinto de las sensaciones, hombres y mujeres irritados de tantos ojos y de pocas profundidades. Pasaban uno por uno a través de mi óptica cansada de tanta repetición incesante. Fue en ese momento que se produjo el espasmo más doloroso de mi pupila. Supe, en esa precisa visión que sería mío, mi hombre. Entre el humo y las difusas luces que engrosaban los cuerpos, logré perfilar, disimuladamente, sus rasgos de guerrero romano. Imaginé su boca junto a la mía, haciéndonos el amor en algún lugar prohibido que nos mantendría unidos para siempre, amándonos, deseándonos entre espadas y cascos, perdiéndonos en un baño público, lavándonos los pies.Mi madre siempre me da un beso, me dice: cuídate, no te metas con otro neurótico; ya fue suficiente con ese loco que te dejó en los huesos. Ella siempre tiene razón, es una diosa, no sé qué haría sin la Santa Madre que me limpia las heridas cuando llego de esos lugares profanos y me protege de tantas epidemias que merodean mi castidad.Luís no es de esos despilfarradores, abusadores, corsarios en busca de un buen tesoro; él es un dios del reino de los dioses, es tan fuerte, tan hombre. Su cuerpo sudado junto a mi boca, su miembro erecto, duro, penetrando en mis huecos preparados para él, para su flujo tibio, que ya no le pertenece más cuando se funde en mi carne dilatada, abrazada por su olor.En el bar siempre hay alguien que le regale un trago, un cigarrillo, un trozo de cuerpo anhelante, y yo, me estremezco pensando en esa posible guerra de seducciones; quisiera matarlo, encerrarlo para que nadie lo toque. Tener yo, la llave de sus miradas, de sus risas que me pertenecen sólo a mí.Todos los fines de mes arrendamos un pequeño departamento por horas. Ese lugar es nuestro escondite, nuestro hogar ficticio. Como niños corremos presurosos en busca del lecho mágico donde hacemos el amor con un dolor que va más allá de los límites del órgano perturbado por la sensación. Ambos sabemos que nuestro amor es un amor difícil, imposible, pero eso nos da mayor fuerza para sobrellevar esta huella que jamás se borrará.Siempre me gustó Paul Newman, recuerdo que compraba todas esa revistas con nombre de mujer para tener su imagen pegada a mi cuerpo. Sacaba la hoja, me masturbaba tímidamente al principio, para que ese rostro acusador e inquisitivo que me miraba desde el espejo, no supiera qué hacía la mano temblorosa cada vez, más profunda, más veloz. Esa mano corrupta se hundía cubierta por ese papel lustroso y colorido en mi elixir secreto, solitario, vacío.Luís es mi reflejo y por eso lo amo tanto; se parece a mi padre cuando tenía treinta años. Sobre la mesita del dormitorio mi madre aún conserva esa foto que él, en un arrebato, se la regaló dedicada con una bella y estúpida frase de amor. Esa foto es una imagen divina, un tótem que mi madre venera. Todas las noches le prende una vela y la mira fijo, sin pestañear, hasta que sus ojos se humedecen. Después de la ceremonia, se levanta la Santa Madre de su altar y se dirige a mí para saber si he tomado el laxante o si he puesto el despertador a la hora precisa. No sé qué haría sin ella.Este es un tiempo de tránsito y esperas, de bares y hombres que busqué, perdí, enterré, como un viejo sabueso cansado de su olfato mitigador. El clima desvanece, ahora, mis deseos de ir a algún café para desposeerme en el baño con algún cazador furtivo, ardiente, deseoso de tocar un cuerpo esbelto como el mío.Recuerdo, hace muchos años, mi madre me vistió con un traje de Rosita, mi prima. Era un vestido hermoso, sentía los vuelos de seda tocar mi cuello. Me vi como nunca, una reina. Esa tarde mi madre me llevó a tomar helado, pero eso no me importaba; sólo existía la suavidad de la tela en mi piel . Quería que todo el mundo mirara a esa nueva princesa emergiendo de su largo sueño. Un muchacho delgado y alto me miró seductoramente. Por primera vez percibí lo que era el deseo, el amor. Cuando cumplí veinte años logré olvidar esa imagen, esa tarde que recordé tantas veces.Mi padre decía que mi madre era una sucia. Me miraba lacónicamente, inquiriendo en mi alguna sorpresa, para referirme que cada vez que se acercaba a su sexo, ella olía a mercado de barrio en día Lunes. Mi padre se aburrió de su aroma y se fue un día con la Pepa, la gorda ardiente del almacén de la esquina. Desde ese día mi madre lo veneró más aún; todavía lo espera con sus olores de hembra callada y triste.Luís es mi salvador, mi redentor; ambos fusionamos nuestra imperfección en una perfección absoluta. En las tardes, salimos a merodear por los parques, a besarnos, a contarnos nuestras ilusiones y se multiplican, y su esencia es mi esencia, su mano busca mi mano para entrelazar los dedos ansiosos de calor. Nuestro amor vive en la palabra, en nuestra existencia, en nuestras almas agazapadas, en el lenguaje de nuestros cuerpos, de nuestras mentes, de nuestra soledad.Sí, yo amo a Luís y él me ama a mí; por eso salgo en las noches a vagar, por eso se me erecta el sexo entre las piernas y gimo cansado de tanto, envenenado de sentencias y frustraciones . El amor es el sentido que le da al otoño esa luz de vida en la agonía de la muerte. Yo, el más hombre que muchos, el que dejó de ser narciso por amor, el que dejó su centro por el de otro, el solitario e introvertido, hoy se despoja de sus viejas ropas adheridas a la mentira y sale de la gruta protectora quedando frágil y débil, sin defensas, preparado para el amor.

Silviana Riqueros/ del libro El Nuevo Tótem, 1990

Cadena Perpetua



Baltra deambula por las calles sin rumbo. Sus fronteras no existen, son vanas ilusiones segmentadas en un tiempo extraño, casi redentor. El día, el minuto placentero, son una miserable situación, una obsesión parca, un trozo fraguado de existencialismo burgués.Nada, nada dicen sus cuerdas vocales, nada de aire piden sus pulmones, sus pasos, sus ecos. Sus silencios son cada vez más prolongados, densos, rápidos como la sensación del amor por el amor.Sube las escaleras, los interminables espacios, escalón a escalón, tragan el sonido lerdo de sus zapatos sobre la losa. El mismo tintineo todos los días, la puerta, su vaivén, los anaqueles atestados de libros; ideas estampadas, fugadas desde la inmensidad de su materia gris, de un coito que nunca existió, de un crimen surrealista que se le esfuma de las manos, de las manos del neurótico librero, ilusionista, vicioso, perdedor ,virgen a los cuarenta, sucio a los veinte.Jacobo se extiende frente al ventanal, se extiende como una gran bocanada de humo, suspendido, flotando sobre ese piso, escuchando el tintineo de esa maldita puerta. Otra vez conversar, monologar con los rostros emergidos desde la esencia misma del tedio.La noche, el día nuevamente, todo circular, la luna, los pechos de su madre, todo malditamente redondo, repetido infinitas veces.- ¿Papel blanco? –- Papel azul, con cinta roja. -, la cinta se enreda entre sus dedos, se traga sus dedos amarillos; una gran mancha amarilla de olor pestilente, incrustada en los poros, en las uñas, en el cuerpo, en el falo caído, erecto, mustio de esperar a la gran bestia que se lo traga todo; la sangre, el aire, la huída.La quietud nuevamente, sólo libros, manuscritos, papeles verticales, horizontales; un vaso de agua para borrar esa sequedad de la boca, de la lengua fláccida, pegada al paladar, amarilla como sus dedos. Hacía tanto tiempo que no besaba a una mujer, sólo su sabor, la tenue vibración del aire al encender el penúltimo cigarrillo en el penúltimo día de la semana.Por fin la hora; no más tintineos, no más palabras, sólo ese trago de agua bajando por su tráquea, enfriando su ardor, su mal aliento, su sed infinita. Humedece su pelo, ese es el remedio infalible para los mareos, esas náuseas que lo consumen, que lo convierten en una sola arcada, en una sola boca abierta para el universo; expeler todo ese hedor acumulado colilla tras colilla.El estanque del baño suena, hace burbujas, el aire; Baltra se sumerge en un volcán de hielo, de hielos resbalosos, derritiéndose en su cabeza, en el piso. El frío recorre los tubos, el falo una vez más erecto, dolorido, apretado entre su carne y el pantalón de franela, a cuadros, a rombos, que rompen la armonía de este hombre solitario, perdido en su sistema, en la gran urbe que un día prometió conquistar …, y ahí está parado frente al ventanal, el teléfono rompiéndole los tímpanos, el auricular esperándolo para emprender su vuelo, la comunicación.La última mirada hacia la calle, la última estampida de los zapatos subiendo o bajando, la balaustrada de bronce, brillante, los últimos pasos, los primeros, la calle, la bulla, las luces haciéndole trizas los ojos, el glaucoma que crece día a día ¡ insoportable! ; y a él que le gusta desarmar relojes antiguos. Sabe que en un tiempo más tendrá que olvidarlos, dejarlos quietos, expectantes. Un nuevo tic-tac, la cuerda se rompe, la vuelve a ver, imagen celestial que emerge a través de los espectros salientes, vaporosos de aquel escondido lugar en esa misma avenida donde siempre la ve, fría, fulgurante, impávida frente a su deseo. La imagina sobre su cuerpo, desnuda, penetrada por entre los cristales, por entre su glaucoma molesto.Se detiene; camina, abre la puerta, aquí no hay libros, teléfonos; ese amplio diván lo espera, su forma perfecta no altera el cuerpo cansado de soledad. Se tiende, fuma, el humo rumorea por la habitación, por los resortes salidos como espantapájaros llenos de heno, paja, gorriones que revolotean en medio de sus ojos. Ella aparece, una metáfora, un símbolo de su virilidad.Un mes, dos, tres, sin poder olvidarla, siempre está ahí, Giocónda diabólica con sus ojos fijos, infinitamente fijos de tanto esperar.Él la mira, ella lo mira, se rompe el cristal, el reflejo se invierte, rápida la fuga; ese ruido ensordecedor en su cabeza como el zumbido de una avispa. Ella gélida, con su expresión recta se aferra a su cuerpo; nada de palabras o saliva resbalando por la comisura de sus labios.Noveno piso, vértigo, dolor en el estómago, el nudo de dos cuerpos que cae rompiendo el aire. Jacobo Baltra cayendo apretado a ese cuerpo de losa, mirándolo con los ojos fijos; musa de yeso que fiel en la caída le da un beso de amor.

Silviana Riqueros.- Del libro: El Nuevo Tótem