martes, 15 de julio de 2008

Chopin

Un piano lejano en el tiempo, perdido en los ecos de mi memoria. Una melodía que urde en mi mente el recuerdo de un tiempo que volverá a repetirse en otras circunstancias y que seguirá girando en el aire de la tarde.
Hoy recorro esas avenidas que un día existieron, rostros que vi tantas veces y donde aún permanezco secreta. Los diluyo, los recreo como un juego siniestro que me permite pasar estas horas de agonía en esta celda oculta de los hombres.
Mi carcelero me recuerda el rostro de alguien; mitad hombre, mitad bestia, me da agua y pan cuando lo requiero. Los dos nos sabemos dos magos distintos y nos respetamos por eso. A veces le hablo pero no comprende mi lengua caduca, mueve sus labios en vano intento, pero nuestras magias son opuestas y no se deben fusionar pues para que yo exista, debe existir él en su perversidad.
En las noches me visitan panteras que se ocultan en lo negro del cielo. Vienen a mi adornadas sus lomos de flores; yo las abrazo, les doy un poco de mi carne y se van silenciosas, eludiendo a mi carcelero que no las conoce.
Esa tarde al obscurecer mi madre lloraba. Desde mi rincón veía sus lágrimas; caían, solitarias, una tras otra. Las manos de mi padre recorrían, hundían el cuerpo en el abismo insondable de aquella melodía. Una bestia jadeante me contemplaba desde el vértice difuso, invertido de un gran ojo. Cíclope maldito que en su vaho exhumó mi ser.
Los rostros de cada noche no están. Veo sólo uno, me da miedo, es como si lo viera por primera vez, pero se pierde en el aire de la noche.
Escucho el viento entre las ramas y me adormezco pensando…, mis manos húmedas tocan una cosa que llaman flor, tiene dentro de sí toda la belleza del mundo y yo, siento su olor frío como mi celda. Mi carcelero me observa desde lejos, tiene en su pasado el secreto de la salida, mis sueños que duermen en sus manos sucias.
Miro el cielo azul, azul. Mis ojos débiles y extinguidos se vuelven a cerrar lentamente. Un gran pájaro me eleva, percibo el mar que lame la arena una y otra vez; el gran abismo azul que se mueve pausa a pausa me seduce. Quisiera ser parte de él para nacer y morir en completa armonía con el cosmos. Mi pájaro remonta el vuelo, se esfuma. Me ha abandonado, sólo un puñado de nada retienen mis manos que esbozan el calor de aquella playa que me espera para existir
Lentamente mis pasos se acercan al claustro, a la soledad. Otra vez prisionera, secreta en este lugar sin horas, sin dioses, sin hombres; nada más la agonía de la espera.
Se fue un día; me dijo que volvería, aún lo espero. Hoy me he vestido de rosa como aquella tarde, porque sé que vendrá a buscarme. Traerá sus labios cargados de amor para entibiar mi piel, traerá sus manos llenas de caricias para aliviar el dolor de mi espera. Sentiré su pecho caliente, su corazón marcando el paso del deseo, me hará suya como esa tarde en que mi gruta fue invadida por su amor, y yo, entre la melodía infinita, y la tarde infinita, volveré a matar a mi padre, infinitamente en esta armonía injusta que se repite cada vez que veo mi cuerpo reflejado en el espejo.

( del libro El Nuevo Tótem)

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