viernes, 11 de julio de 2008

A 10 km/hora

Andar en bicicleta, es como si montada sobre el lomo de un dragón, volara por sobre las nubes y me deslizara por un túnel largo, negro, como el túnel que cruzamos cuando vamos de paseo. Mi mamá apaga su cigarrillo, cierra las ventanas para que su niña, que soy yo, no respire ese aire sucio, carburado, denso de motores y sucias bocanadas.La bicicleta me gusta, siento un extraño cosquilleo entre medio de las piernas, una picazón que se agudiza mientras más pedaleo. El viento se rompe en mi cara, la forma perfecta se acomoda en la subida o en la bajada. Mi abuela, el domingo me regaló un pollito. ¿Por qué los pollitos no nadan? se hundía lentamente en el agua. Cuando le quise enseñar a nadar, le amarré dos cordelitos en las piernas, los movía para que él siguiera el ritmo, así como pedaleando, pero todo fue inútil; el pollo tonto no aprendió nunca y se ahogó. Se veía tan rara su carita mojada, era como un ovillo de lana amarilla que hacía ondas y olitas, burbujas que despedían el aire por última vez. No pude hacerle un funeral al pollito, así que lo envolví en un papel y lo tiré a la basura. ahí estaba mi bicicleta esperándome.Al dar vueltas, vueltas, siempre paso por la casa del tío Benjamín. Me gusta el tío Benjamín por que me regala chocolates, me invita a jugar con Norita. Cuando estoy enferma me viene a ver, sabe todo lo que me pasa, si tengo fiebre, si me duele la garganta. Yo lo miro desde mi cama mientras saca su enorme lápiz rojo y anota los venenos que me sanarán. La otra vez me pasó algo muy raro, fui al baño como siempre pero cuando me baje los calzones había una mancha roja. Pensé que Dios me había castigado por no saberle enseñarle al pollito. Recé tres Padrenuestro y un Ave Maria, para terminar arrodillada frente a la grutita que mi mamá tiene en el patio de atrás, pero nada, la mancha no se borró, la sangre siguió saliendo como un hilo d agua tibia. El tío Benjamín me explicó después, que todas las niñitas a una edad se transforman en mujeres y menstrúan, ¿menstrúan?, que palabra rara ésa por un poco de sangre.Mi mamá se alborotó entera, me compró unos pañitos especiales que venían hasta perfumados.Yo no sé por qué los grandes se complican tanto. El tío Benjamín le dijo a mi mamá que no se preocupara, que a los doce años es normal que las niñas se enfermen, ¿enfermen?, de qué, si yo lo único que quería era salir con mi bicicleta, pedalear y pedalear. Claro, ya no sería igual con ese bulto entre medio que me separaba de mi asiento favorito.Cristóbal es un tonto, no quería entrar a la iglesia conmigo; "no estoy bautizado", dijo. de un empujón llegó al lado de la fila. Lo tomé de la mano y juntos recibimos la hostia. Me encanta morder la hostia, es más dulce, no se pega en el paladar, además, así, no tengo que rezar tanto en silencio. Su mamá llegó a acusarme, muy enojada le dijo a mi mamá que yo era una mala junta, que lo había hecho comulgar cuando el niño no se qué sacramento no tenía. Si viera esa señora los dibujos que hace Cristóbal en el colegio; a veces habla de que las mamás y los papás se tocan abajito en la noche.En las tardes cuando estoy aburrida, cuando llueve y no puedo salir en mi bicicleta leo el cuento que más me gusta. La caperucita es muy divertida. Anoche soñé que el lobo me comía, salía de su panza luego como una guagüita. uno debiera nacer así, grande, vestida, no tener que aprender a pedalear sino que brincar y montarse en la bicicleta, perderse en la velocidad, que los pedales vayan más rápidos que los pies.El otro día salí a pasear con mi tío Benjamín. Estaba raro, como nervioso. Yo le pregunté qué le pasaba y me dijo que le dolía algo. Puso mi mano sobre algo duro, largo muy raro. el se quejaba, yo lo quiero tanto a mi tío que le empecé a hacer cariño, pero cada vez se quejaba más. Bajó el cierre de sus pantalones, lo vi: se parecía a un lápiz rojo. Me miró, con un gesto entendí que me sacara la ropa, quedé desnuda pero no sentí frío. Sus pelitos eran blancos, crespos, estaban enredados. Con su mano se tocó, yo me acordé de mi bicicleta, subía y bajaba tan rápido, no sé cómo no se cansaba, hasta que explotó. Salpicó algo medio amarillo, como el pollito, pero éste no se ahogó, así que Dios no me castigaría. Pasamos a buscar a Noria y fuimos a un parque donde vendían algodones grandes, yo me comí dos, quedé toda sucia, pero estaba tan feliz por que a mi tío Benjamín se le había quitado ese dolor.
( del libro Cabina Telefónica )

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