viernes, 11 de julio de 2008

Cadena Perpetua



Baltra deambula por las calles sin rumbo. Sus fronteras no existen, son vanas ilusiones segmentadas en un tiempo extraño, casi redentor. El día, el minuto placentero, son una miserable situación, una obsesión parca, un trozo fraguado de existencialismo burgués.Nada, nada dicen sus cuerdas vocales, nada de aire piden sus pulmones, sus pasos, sus ecos. Sus silencios son cada vez más prolongados, densos, rápidos como la sensación del amor por el amor.Sube las escaleras, los interminables espacios, escalón a escalón, tragan el sonido lerdo de sus zapatos sobre la losa. El mismo tintineo todos los días, la puerta, su vaivén, los anaqueles atestados de libros; ideas estampadas, fugadas desde la inmensidad de su materia gris, de un coito que nunca existió, de un crimen surrealista que se le esfuma de las manos, de las manos del neurótico librero, ilusionista, vicioso, perdedor ,virgen a los cuarenta, sucio a los veinte.Jacobo se extiende frente al ventanal, se extiende como una gran bocanada de humo, suspendido, flotando sobre ese piso, escuchando el tintineo de esa maldita puerta. Otra vez conversar, monologar con los rostros emergidos desde la esencia misma del tedio.La noche, el día nuevamente, todo circular, la luna, los pechos de su madre, todo malditamente redondo, repetido infinitas veces.- ¿Papel blanco? –- Papel azul, con cinta roja. -, la cinta se enreda entre sus dedos, se traga sus dedos amarillos; una gran mancha amarilla de olor pestilente, incrustada en los poros, en las uñas, en el cuerpo, en el falo caído, erecto, mustio de esperar a la gran bestia que se lo traga todo; la sangre, el aire, la huída.La quietud nuevamente, sólo libros, manuscritos, papeles verticales, horizontales; un vaso de agua para borrar esa sequedad de la boca, de la lengua fláccida, pegada al paladar, amarilla como sus dedos. Hacía tanto tiempo que no besaba a una mujer, sólo su sabor, la tenue vibración del aire al encender el penúltimo cigarrillo en el penúltimo día de la semana.Por fin la hora; no más tintineos, no más palabras, sólo ese trago de agua bajando por su tráquea, enfriando su ardor, su mal aliento, su sed infinita. Humedece su pelo, ese es el remedio infalible para los mareos, esas náuseas que lo consumen, que lo convierten en una sola arcada, en una sola boca abierta para el universo; expeler todo ese hedor acumulado colilla tras colilla.El estanque del baño suena, hace burbujas, el aire; Baltra se sumerge en un volcán de hielo, de hielos resbalosos, derritiéndose en su cabeza, en el piso. El frío recorre los tubos, el falo una vez más erecto, dolorido, apretado entre su carne y el pantalón de franela, a cuadros, a rombos, que rompen la armonía de este hombre solitario, perdido en su sistema, en la gran urbe que un día prometió conquistar …, y ahí está parado frente al ventanal, el teléfono rompiéndole los tímpanos, el auricular esperándolo para emprender su vuelo, la comunicación.La última mirada hacia la calle, la última estampida de los zapatos subiendo o bajando, la balaustrada de bronce, brillante, los últimos pasos, los primeros, la calle, la bulla, las luces haciéndole trizas los ojos, el glaucoma que crece día a día ¡ insoportable! ; y a él que le gusta desarmar relojes antiguos. Sabe que en un tiempo más tendrá que olvidarlos, dejarlos quietos, expectantes. Un nuevo tic-tac, la cuerda se rompe, la vuelve a ver, imagen celestial que emerge a través de los espectros salientes, vaporosos de aquel escondido lugar en esa misma avenida donde siempre la ve, fría, fulgurante, impávida frente a su deseo. La imagina sobre su cuerpo, desnuda, penetrada por entre los cristales, por entre su glaucoma molesto.Se detiene; camina, abre la puerta, aquí no hay libros, teléfonos; ese amplio diván lo espera, su forma perfecta no altera el cuerpo cansado de soledad. Se tiende, fuma, el humo rumorea por la habitación, por los resortes salidos como espantapájaros llenos de heno, paja, gorriones que revolotean en medio de sus ojos. Ella aparece, una metáfora, un símbolo de su virilidad.Un mes, dos, tres, sin poder olvidarla, siempre está ahí, Giocónda diabólica con sus ojos fijos, infinitamente fijos de tanto esperar.Él la mira, ella lo mira, se rompe el cristal, el reflejo se invierte, rápida la fuga; ese ruido ensordecedor en su cabeza como el zumbido de una avispa. Ella gélida, con su expresión recta se aferra a su cuerpo; nada de palabras o saliva resbalando por la comisura de sus labios.Noveno piso, vértigo, dolor en el estómago, el nudo de dos cuerpos que cae rompiendo el aire. Jacobo Baltra cayendo apretado a ese cuerpo de losa, mirándolo con los ojos fijos; musa de yeso que fiel en la caída le da un beso de amor.

Silviana Riqueros.- Del libro: El Nuevo Tótem

No hay comentarios: